Vivre c'est croire
Muestra de arte realizada los días 14, 15 y 16 de junio de 2014 en Mosqueto 464 J, Santiago, Chile dentro del Primer Ciclo Curatorial de Ejercicios Mosqueto.
A comienzos de año viajé a Buenos Aires. Entré a varias librerías preguntando por el catálogo de la exposición de Marcel Duchamp en la Fundación Proa del año 2008. En una de ellas, como había sucedido anteriormente, el dueño me dice que no lo tiene, sin embargo, la persona con la cual estaba conversando me dijo que si me interesaba la figura de Duchamp haría bien en conocer a Enrique, un amigo suyo con el cual se reuniría a la tarde y a unas pocas cuadras de donde nos encontrábamos. Curioso, acepté la invitación y llegué unas horas después al lugar acordado. Nos sentamos en un café a esperar a Enrique, quien llegó más de una hora tarde, por lo que su amigo simplemente intercambió algunas palabras con él, me presentó y se retiró. Enrique, un hombre delgado de unos 55 años, se sirve su primer café y procede a contarme una historia en apariencia inverosímil, manteniéndome intrigado y cautivo. Me dice que de alguna manera él es nieto de Marcel Duchamp. Me explica que durante su estadía en Buenos Aires entre 1918 y 1919, Duchamp habría tenido una hija con una amante: María, su abuela. Aparentemente Duchamp nunca se habría enterado, ya fuese por la terquedad y orgullo de María o debido a su repentina partida del país después de nueves meses en vez de los dos años que había contemplado quedarse. Poco después de que Marcel se embarcase a París, María tuvo una niña llamada Rosa, a finales de 1919. Pronto tendría otra hija, la madre de Enrique, esta vez con un argentino, la cual fallecería al darlo a luz. Rosa nunca tuvo hijos y murió en 1969 cuando Enrique era un niño de 10 años, habiendo vivido siempre en Buenos Aires e ignorando la verdadera identidad de su padre. Antes de que María muriese en 1991, casi llegando a cumplir los cien años de vida, ésta le revela a Enrique, su único heredero, quién había sido el padre de Rosa, mientras le hace entrega de un legado personal: los objetos presentes en esta muestra. Enrique nunca había visto estas cosas, salvo el tablero de ajedrez, en el cual jugó numerosas veces de niño con su abuela y el cual de adolescente volvió a pintar por el descoloramiento de los escaques. Su abuela le da algunos nombres y fechas que recuerda para estos objetos, diciéndole que habrían sido cosas que Marcel le habría dejado antes de marcharse. Me explica que su abuela le pidió discreción, que considerase estos objetos parte de su historia y que no los vendiese ni intentase contactar a los herederos de Duchamp, quien ya había muerto en 1968. Al morir su abuela, Enrique revisó la vida y obra de Duchamp e intentó contactarse con la Fundación Duchamp, quienes lo habrían rechazado de pleno, amenazándole con acciones legales si persistía en su calumnia, pues no habían firmas ni documentos para comprobar la autenticidad de su relato. Por lo que Enrique ha guardado esta historia para sí y sus cercanos, ajenos al mundo del arte, quienes pueden creerle o no, cosa que a él poco le importa. Después de comentarle que participo de un modesto espacio de exposiciones en Santiago, le ofrezco exhibir estos objetos sin aspavientos, de manera anónima, a un público reducido y por una extensión de pocos días. Así es como finalmente acepta prestarme estos objetos para disponer de ellos en esta muestra: Vivre, c'est croire.